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El mesianismo político sionista [Opinión][J.M. de Prada]
(demasiado antiguo para responder)
Maiky Rat
2024-10-06 08:09:49 UTC
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El mesianismo político sionista Por Juan Manuel de Prada
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Como Léon Bloy, pensamos que el antisemitismo es «el bofetón más
horrible que Nuestro Señor haya recibido jamás en su Pasión que dura
siempre, el más sangriento y más imperdonable, pues lo recibe sobre el
rostro de su Madre». Pero el repudio del antisemitismo no puede
empujarnos a abrazar el mesianismo político sionista, que está
empujándonos al barranco.

«¡Ah, Jerusalén, si reconocieras tú también en este día lo que conduce a
la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos», exclama Jesús, unos pocos
días antes de sufrir su Pasión, mientras derrama su llanto sobre la
ciudad amada, vaticinando una inminente catástrofe (la destrucción del
templo en tiempos del emperador Tito), que puede considerarse también
anticipo de una serie de catástrofes futuras que condenarían a los
judíos a la diáspora y a persecuciones tan sobrecogedoras como la
padecida durante la Segunda Guerra Mundial. Para expiar sus pecados y
‘externalizar’ su culpa, la comunidad internacional resolvió en 1948
‘crear’ el estado de Israel, atendiendo las reclamaciones sionistas, de
las que abominaban tantos judíos que deseaban ser europeos. En realidad,
el sionismo es el fruto venenoso del antisemitismo europeo, que anhelaba
expulsar a los judíos a los arrabales del atlas.

En 2008, el historiador israelí Shlomo Sand publicaba un libro muy
incisivo y polémico, ‘La invención del pueblo judío’, que es una
refutación de los fundamentos históricos e ideológicos del sionismo. A
juicio de Sand, no existe ninguna continuidad histórica, y mucho menos
biológica, entre los judíos que vivían en Palestina cuando Tito arrasó
el templo de Jerusalén y los que fueron llegando a la región a finales
del siglo XIX; por el contrario, para Sand los actuales palestinos de
Gaza y Cisjordania son los auténticos descendientes de aquellos judíos
neotestamentarios, que habrían sido primero cristianizados (todavía hoy
muchos palestinos siguen siendo cristianos, sobre todo en Cisjordania) y
posteriormente islamizados en la expansión islámica de los siglos VII y
VIII. Naturalmente, Sand no niega la existencia de Israel, ni postula su
eliminación por la fuerza (más allá de que su creación se le antoje un
residuo de colonialismo occidental), sino que denuncia el mito sionista
de la raza-nación judía, que juzga un amasijo de ideas procedentes del
nacionalismo alemán decimonónico. Sand considera que Israel tiene que
estar poblado por israelíes (y por lo tanto también por palestinos), no
por judíos con certificado de sangre; para lo cual es necesario que
reniegue de los mitos esencialistas del sionismo y acate el Derecho
Internacional.

Pero Israel jamás ha renegado de los mitos ni acatado el Derecho. A cada
amenaza, ha respondido anexionándose territorios que no le habían sido
adjudicados en la discutible (por antisemita) partición de Palestina
perpetrada por la comunidad internacional. Así, la región se ha
convertido en un sangriento avispero cuya principal víctima son los
palestinos descendientes de los judíos neotestamentarios. En la guerra
de 1948 Israel arrebató una cuarta parte del territorio que el plan de
partición de Naciones Unidas concedía a los palestinos. En la guerra de
1967, Israel ocupó ilegalmente el 22 por ciento de la para entonces ya
muy mermada Palestina, además del Sinaí egipcio y los Altos del Golán
sirios. Luego, ha utilizado a los ‘colonos’ para sucesivas usurpaciones.
Y, en la actualidad, está empleando el ataque criminal perpetrado hace
un año por Hamás para invadir la franja de Gaza (después de masacrar y
expulsar a su población) y para anexionarse más tierras de Cisjordania.
Todo ello incurriendo en la más flagrante ilegalidad, sin más argumento
que un mesianismo racial, religioso y nacional que supuestamente
legitima a Israel para aplastar a cualquiera que ponga en peligro
(siquiera teóricamente) su existencia.

Como el Derecho no puede amparar estos atropellos, los mandatarios
israelíes han resuelto instalarse en un estado constante de escalada
bélica, en una aplicación desquiciada de lo que Naomi Klein llamó la
«doctrina del ‘shock’», que consiste en aprovechar los momentos trágicos
o catastróficos (como sin duda lo fue el ataque criminal de Hamás) para
imponer mediante la política de hechos consumados sus pretensiones
supremacistas. En este sentido debemos enjuiciar también su desquiciada
respuesta a Hizbolá mediante bombardeos indiscriminados en el Líbano que
han ocasionado la muerte de muchos cientos de personas inocentes; o las
aberrantes explosiones de miles de buscas y ‘walkie-talkies’, que han
causado muertes y mutilaciones entre población civil. Acciones todas
execrables que aplican sin ambages la emética ‘Doctrina Dahiya’,
consistente en atacar de forma masiva y desproporcionada zonas urbanas e
infraestructuras civiles para causar un gran daño.

Hay dos rasgos constitutivos del sionismo que merecen ser resaltados,
para entender su entraña purulenta: por un lado, el ya aludido
mesianismo racial, religioso o nacional que autoriza cualquier medida
execrable (supuestamente, los padecimientos sufridos por los judíos en
el pasado permiten a Israel tomarse la justicia por su mano); por otro,
considerar que los pueblos que no aceptan este supremacismo son
intolerables estorbos que merecen ser masacrados, sin distinción entre
civiles y militares, entre hombres y mujeres, entre niños y adultos,
porque todos son por igual enemigos ‘metafísicos’ que pueden ser
borrados de la faz del orbe mediante los métodos más salvajes e
indiscriminados. No en vano el sionismo, como nos señala Shlomo Sand, es
una adaptación de ideas procedentes del nacionalismo alemán.
--
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anthk
2025-03-13 10:18:09 UTC
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Post by Maiky Rat
El mesianismo político sionista Por Juan Manuel de Prada
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Como Léon Bloy, pensamos que el antisemitismo es «el bofetón más
horrible que Nuestro Señor haya recibido jamás en su Pasión que dura
siempre, el más sangriento y más imperdonable, pues lo recibe sobre el
rostro de su Madre». Pero el repudio del antisemitismo no puede
empujarnos a abrazar el mesianismo político sionista, que está
empujándonos al barranco.
«¡Ah, Jerusalén, si reconocieras tú también en este día lo que conduce a
la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos», exclama Jesús, unos pocos
días antes de sufrir su Pasión, mientras derrama su llanto sobre la
ciudad amada, vaticinando una inminente catástrofe (la destrucción del
templo en tiempos del emperador Tito), que puede considerarse también
anticipo de una serie de catástrofes futuras que condenarían a los
judíos a la diáspora y a persecuciones tan sobrecogedoras como la
padecida durante la Segunda Guerra Mundial. Para expiar sus pecados y
‘externalizar’ su culpa, la comunidad internacional resolvió en 1948
‘crear’ el estado de Israel, atendiendo las reclamaciones sionistas, de
las que abominaban tantos judíos que deseaban ser europeos. En realidad,
el sionismo es el fruto venenoso del antisemitismo europeo, que anhelaba
expulsar a los judíos a los arrabales del atlas.
En 2008, el historiador israelí Shlomo Sand publicaba un libro muy
incisivo y polémico, ‘La invención del pueblo judío’, que es una
refutación de los fundamentos históricos e ideológicos del sionismo. A
juicio de Sand, no existe ninguna continuidad histórica, y mucho menos
biológica, entre los judíos que vivían en Palestina cuando Tito arrasó
el templo de Jerusalén y los que fueron llegando a la región a finales
del siglo XIX; por el contrario, para Sand los actuales palestinos de
Gaza y Cisjordania son los auténticos descendientes de aquellos judíos
neotestamentarios, que habrían sido primero cristianizados (todavía hoy
muchos palestinos siguen siendo cristianos, sobre todo en Cisjordania) y
posteriormente islamizados en la expansión islámica de los siglos VII y
VIII. Naturalmente, Sand no niega la existencia de Israel, ni postula su
eliminación por la fuerza (más allá de que su creación se le antoje un
residuo de colonialismo occidental), sino que denuncia el mito sionista
de la raza-nación judía, que juzga un amasijo de ideas procedentes del
nacionalismo alemán decimonónico. Sand considera que Israel tiene que
estar poblado por israelíes (y por lo tanto también por palestinos), no
por judíos con certificado de sangre; para lo cual es necesario que
reniegue de los mitos esencialistas del sionismo y acate el Derecho
Internacional.
Pero Israel jamás ha renegado de los mitos ni acatado el Derecho. A cada
amenaza, ha respondido anexionándose territorios que no le habían sido
adjudicados en la discutible (por antisemita) partición de Palestina
perpetrada por la comunidad internacional. Así, la región se ha
convertido en un sangriento avispero cuya principal víctima son los
palestinos descendientes de los judíos neotestamentarios. En la guerra
de 1948 Israel arrebató una cuarta parte del territorio que el plan de
partición de Naciones Unidas concedía a los palestinos. En la guerra de
1967, Israel ocupó ilegalmente el 22 por ciento de la para entonces ya
muy mermada Palestina, además del Sinaí egipcio y los Altos del Golán
sirios. Luego, ha utilizado a los ‘colonos’ para sucesivas usurpaciones.
Y, en la actualidad, está empleando el ataque criminal perpetrado hace
un año por Hamás para invadir la franja de Gaza (después de masacrar y
expulsar a su población) y para anexionarse más tierras de Cisjordania.
Todo ello incurriendo en la más flagrante ilegalidad, sin más argumento
que un mesianismo racial, religioso y nacional que supuestamente
legitima a Israel para aplastar a cualquiera que ponga en peligro
(siquiera teóricamente) su existencia.
Como el Derecho no puede amparar estos atropellos, los mandatarios
israelíes han resuelto instalarse en un estado constante de escalada
bélica, en una aplicación desquiciada de lo que Naomi Klein llamó la
«doctrina del ‘shock’», que consiste en aprovechar los momentos trágicos
o catastróficos (como sin duda lo fue el ataque criminal de Hamás) para
imponer mediante la política de hechos consumados sus pretensiones
supremacistas. En este sentido debemos enjuiciar también su desquiciada
respuesta a Hizbolá mediante bombardeos indiscriminados en el Líbano que
han ocasionado la muerte de muchos cientos de personas inocentes; o las
aberrantes explosiones de miles de buscas y ‘walkie-talkies’, que han
causado muertes y mutilaciones entre población civil. Acciones todas
execrables que aplican sin ambages la emética ‘Doctrina Dahiya’,
consistente en atacar de forma masiva y desproporcionada zonas urbanas e
infraestructuras civiles para causar un gran daño.
Hay dos rasgos constitutivos del sionismo que merecen ser resaltados,
para entender su entraña purulenta: por un lado, el ya aludido
mesianismo racial, religioso o nacional que autoriza cualquier medida
execrable (supuestamente, los padecimientos sufridos por los judíos en
el pasado permiten a Israel tomarse la justicia por su mano); por otro,
considerar que los pueblos que no aceptan este supremacismo son
intolerables estorbos que merecen ser masacrados, sin distinción entre
civiles y militares, entre hombres y mujeres, entre niños y adultos,
porque todos son por igual enemigos ‘metafísicos’ que pueden ser
borrados de la faz del orbe mediante los métodos más salvajes e
indiscriminados. No en vano el sionismo, como nos señala Shlomo Sand, es
una adaptación de ideas procedentes del nacionalismo alemán.
El sionismo me recuerda al juche en creación. Como los coreanos fueron adoctrinados en el fascismo
japonés, estos dejaron atrás el marxismo para crear un neofacismo japonés... a la coreana, con
la misma adoración al emperador que el Japón imperial. Lo mismo puedo decir de la izquierda abertzale vasca, en muchos puntos es una mímesis punto por punto del nacionalsindicalismo español.

CuEs como si todos se hubieran convertido en imágenes de sus más odiados enemigos para justificar
sus futuras fechorías.
anthk
2025-03-13 10:20:14 UTC
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Post by Maiky Rat
El mesianismo político sionista Por Juan Manuel de Prada
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Como Léon Bloy, pensamos que el antisemitismo es «el bofetón más
horrible que Nuestro Señor haya recibido jamás en su Pasión que dura
siempre, el más sangriento y más imperdonable, pues lo recibe sobre el
rostro de su Madre». Pero el repudio del antisemitismo no puede
empujarnos a abrazar el mesianismo político sionista, que está
empujándonos al barranco.
«¡Ah, Jerusalén, si reconocieras tú también en este día lo que conduce a
la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos», exclama Jesús, unos pocos
días antes de sufrir su Pasión, mientras derrama su llanto sobre la
ciudad amada, vaticinando una inminente catástrofe (la destrucción del
templo en tiempos del emperador Tito), que puede considerarse también
anticipo de una serie de catástrofes futuras que condenarían a los
judíos a la diáspora y a persecuciones tan sobrecogedoras como la
padecida durante la Segunda Guerra Mundial. Para expiar sus pecados y
‘externalizar’ su culpa, la comunidad internacional resolvió en 1948
‘crear’ el estado de Israel, atendiendo las reclamaciones sionistas, de
las que abominaban tantos judíos que deseaban ser europeos. En realidad,
el sionismo es el fruto venenoso del antisemitismo europeo, que anhelaba
expulsar a los judíos a los arrabales del atlas.
En 2008, el historiador israelí Shlomo Sand publicaba un libro muy
incisivo y polémico, ‘La invención del pueblo judío’, que es una
refutación de los fundamentos históricos e ideológicos del sionismo. A
juicio de Sand, no existe ninguna continuidad histórica, y mucho menos
biológica, entre los judíos que vivían en Palestina cuando Tito arrasó
el templo de Jerusalén y los que fueron llegando a la región a finales
del siglo XIX; por el contrario, para Sand los actuales palestinos de
Gaza y Cisjordania son los auténticos descendientes de aquellos judíos
neotestamentarios, que habrían sido primero cristianizados (todavía hoy
muchos palestinos siguen siendo cristianos, sobre todo en Cisjordania) y
posteriormente islamizados en la expansión islámica de los siglos VII y
VIII. Naturalmente, Sand no niega la existencia de Israel, ni postula su
eliminación por la fuerza (más allá de que su creación se le antoje un
residuo de colonialismo occidental), sino que denuncia el mito sionista
de la raza-nación judía, que juzga un amasijo de ideas procedentes del
nacionalismo alemán decimonónico. Sand considera que Israel tiene que
estar poblado por israelíes (y por lo tanto también por palestinos), no
por judíos con certificado de sangre; para lo cual es necesario que
reniegue de los mitos esencialistas del sionismo y acate el Derecho
Internacional.
Pero Israel jamás ha renegado de los mitos ni acatado el Derecho. A cada
amenaza, ha respondido anexionándose territorios que no le habían sido
adjudicados en la discutible (por antisemita) partición de Palestina
perpetrada por la comunidad internacional. Así, la región se ha
convertido en un sangriento avispero cuya principal víctima son los
palestinos descendientes de los judíos neotestamentarios. En la guerra
de 1948 Israel arrebató una cuarta parte del territorio que el plan de
partición de Naciones Unidas concedía a los palestinos. En la guerra de
1967, Israel ocupó ilegalmente el 22 por ciento de la para entonces ya
muy mermada Palestina, además del Sinaí egipcio y los Altos del Golán
sirios. Luego, ha utilizado a los ‘colonos’ para sucesivas usurpaciones.
Y, en la actualidad, está empleando el ataque criminal perpetrado hace
un año por Hamás para invadir la franja de Gaza (después de masacrar y
expulsar a su población) y para anexionarse más tierras de Cisjordania.
Todo ello incurriendo en la más flagrante ilegalidad, sin más argumento
que un mesianismo racial, religioso y nacional que supuestamente
legitima a Israel para aplastar a cualquiera que ponga en peligro
(siquiera teóricamente) su existencia.
Como el Derecho no puede amparar estos atropellos, los mandatarios
israelíes han resuelto instalarse en un estado constante de escalada
bélica, en una aplicación desquiciada de lo que Naomi Klein llamó la
«doctrina del ‘shock’», que consiste en aprovechar los momentos trágicos
o catastróficos (como sin duda lo fue el ataque criminal de Hamás) para
imponer mediante la política de hechos consumados sus pretensiones
supremacistas. En este sentido debemos enjuiciar también su desquiciada
respuesta a Hizbolá mediante bombardeos indiscriminados en el Líbano que
han ocasionado la muerte de muchos cientos de personas inocentes; o las
aberrantes explosiones de miles de buscas y ‘walkie-talkies’, que han
causado muertes y mutilaciones entre población civil. Acciones todas
execrables que aplican sin ambages la emética ‘Doctrina Dahiya’,
consistente en atacar de forma masiva y desproporcionada zonas urbanas e
infraestructuras civiles para causar un gran daño.
Hay dos rasgos constitutivos del sionismo que merecen ser resaltados,
para entender su entraña purulenta: por un lado, el ya aludido
mesianismo racial, religioso o nacional que autoriza cualquier medida
execrable (supuestamente, los padecimientos sufridos por los judíos en
el pasado permiten a Israel tomarse la justicia por su mano); por otro,
considerar que los pueblos que no aceptan este supremacismo son
intolerables estorbos que merecen ser masacrados, sin distinción entre
civiles y militares, entre hombres y mujeres, entre niños y adultos,
porque todos son por igual enemigos ‘metafísicos’ que pueden ser
borrados de la faz del orbe mediante los métodos más salvajes e
indiscriminados. No en vano el sionismo, como nos señala Shlomo Sand, es
una adaptación de ideas procedentes del nacionalismo alemán.
Bueno, y me dejo la URSS y el zarismo, que la URSS empezó relativamente progre en sus inicios
y luego Stalin en políticas conservadoras era indistinguible de un Zar.
Lo mismo con Elena Caucescu. Porque dicen que son comunistas, que si no no la distingo
de la 'collares' de Franco.

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